Tuesday, December 13, 2005

Apuntes a En Tiempos de Penuria

Libro de Jorge Pech Casanova
En tiempos de penuria
Elogios ambiguos

I.¿Qué pudiera decir –con sus elucubraciones de cubículo– un burócrata como Víctor Armando Cruz Chávez sobre el libro de Pech Casanova? ¿Deberían elogiarse los libros?
¿Cuáles son la razones de levantar a su alrededor murallas como si posibles asesinos virtuales intentaran despedazarlos? ¿Es fundamental para qué enigmas esgrimir sus cualidades, virtudes o defectos? ¿Para qué sirve la argumental lisonja, casi esquizofrénica de Leonardo da Jandra? ¿En el fondo, en su íntima congruencia, cuál será su verdadero dicho? ¿Los jóvenes ejecutivos de Editorial Almadía, que son asimismo consejo selector, justifican de verdad sus objetivos editoriales? ¿O solo es una ocurrencia de gusto literario, o mejor, son víctimas de sus ex profesores de literatura? ¿De verdad pretenden la arrogancia de implementar sus ediciones como libros de texto? ¿Por qué no lanzaron una convocatoria para conocer el panorama literario local o nacional que permitiera en consecuencia hacer un ejercicio editorial con criterios de selección más genuinos? ¿Cuál es la garantía de que sus libros no formaran parte de esa entidad necrótica que son las bibliotecas? ¿Quién de verdad lee, quién, quién, quién...?
II. “No dudo que será un intento fallido” dijo en algún momento y con estoica resignación Jorge Pech Casanova cuando la Editorial Almadía presentó su libro En tiempos de penuria, el primero de la casa editora, con un tiraje de mil ejemplares. Se refería desde luego a las utópicas consecuencias que se esperan del lector ante un libro de ensayos genéricos. La frase “un intento fallido” revela la naturaleza de toda premonición. Lo incierto es la certeza más congruente posible. Los muchachos de Almadía hablaron del apego a la estricta calidad, lo que de forma inversa quiere decir desapego de toda estrategia didáctica.
III. Si la vida misma ha sido un milenario laboratorio de atrocidades, ¿pudiera una serie de reflexiones, más bien literarias, inducirnos a recapacitar sobre el destino de la humanidad? ¿Qué papel podríamos jugar de manera significativa y preponderante para detener esta desgracia inexorable? En tiempos de penuria es recuento intelectual de impresiones morales, condicionado afortunadamente por las formalidades del lenguaje (aludiendo al comentario de contraportada de Fernando Solana, como si de un escritor se esperara una opción menos rigurosa), y que apenas introduce nos revela que un desaliento más allá de cualquier concepción será el leitmotiv hasta la última palabra. Digo morales por que me opongo al detrimento de catalogar al libro como uno de reflexiones semi filosóficas, es decir, un compendio de interpretaciones espermólogas*. Moral, también, por que denota una sensibilidad humana a la verdad dramática de las cosas y los acontecimientos. El libro es una recopilación de artículos que seguramente envejecían en el escritorio de Pech. Datan de 1993 hasta 2003. Diversos temas son analizados a través del ensayo crítico pero nada peligroso de Jorge. Pone en tela de juicio fenómenos mundiales como la percepción del futuro, el milenarismo, las nuevas idolatrías, las corrupciones inducidas del juicio colectivo (Dios es una pelota de fut-bol, escribe en Novedad de la patria) y cosas por el estilo. También ofrece (¿acaso los escritores no son parecidos a las marchantas?) algunos ejercicios de admiración sobre escritores o artistas como Huxley, Borges, Chirico e incluso de un intrascendente Rubén Medina. Penetra a través de una escritura de interpolación e interpretación en los eventos grotescos de Nueva York y sus poderosos aviones islámicos. Y con discreción para no interrumpir su periplo cosmopolita dedica algunas ideas a la tribu: En Oaxaca la artesanía es “un sueño modelado a mano limpia, y una destreza misteriosa”. De todos modos una sutil indiferencia, algo así como “no tengo más que agregar” se respira en relación a toda circunstancia local.
En los últimos ensayos Pech intenta atenuar los vatinicios ya disparados con una falacia a la que agrega la hojarasca de la explicación: la poesía. “Después de la muerte
–escribe–, y del treno, el planto y el sollozo, permanece en los sentidos y la memoria la poesía, esa que crea el gran autor anónimo que es el tiempo enamorado de las obras de la eternidad”. De acuerdo. Habría que entender estas extrañas palabras proferidas por un pesimista dentro de su contexto, pero todo indica, y aquí es donde sufrimos una sorpresiva decepción, que un “rayito” de esperanza vislumbrado por el poeta permite sospechar que, después de todo, se puede lograr un sentido depurado de la vida: “No para siempre venimos al mundo, pero nuestra voz, si es tocada por el espíritu, perdura aquí porque evoca el Otro Mundo...” Hay, a mi parecer, un planteamiento que pone en tela de juicio la misma razón de la existencia del libro, y que nada tiene que ver con las aspiraciones vacuas de la editorial: ¿acaso no son semejantes las incertidumbres cosmogónicas que han dejado por escrito ya otros autores de una u otra forma, como por ejemplo, en Dialéctica de la soledad de Octavio Paz, Antes del fin de Ernesto Sábato, Breviario de podredumbre de Ciorán, El espectador de Ortega y Gasset o el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce, por citar sólo unos cuantos? Como escritor hay una terrible necesidad de dejar constancia física (los libros) de permanencia que registre, entre otras nimiedades, lo que pensamos, sentimos o creemos... caudal híbrido, fermentación del ego, y en última instancia, la sombra de la duda permanece y la duda incluso de toda historia reflexiva y concebible: “Lo que me repugna de la historia –escribió con extremo delirante un personaje–, es pensar que, como suele decirse, lo que vemos hoy será historia algún día... No deberíamos hacer caso alguno de lo que ocurre, de lo que sucede, y no poder lograrlo evidencia cierto trastorno. Pero si nos armamos de desprecio, ¿cómo poner ánimo en algo?” Por el contrario, Jorge Pech intenta persuadirnos que la poesía es una especie de escalera al Verbo, que no habremos pasado desapercibidos por la Vida o por la Historia. El aguarrás del tiempo termina por devorarlo todo. Aunque, me alegra, y lo digo con honestidad, el espejismo del escritor yucateco: “El cielo llano de invierno, su rigorosa mengua de árboles y pájaros (algo de profético tienen estas palabras), puede alumbrar un camino fuera de la iniquidad...”
Por último, refutando un epígrafe que viene en el original separador que incluye el libro, que dice: Que en tiempos de penuria aun haya quien se dirija a la poesía es señal de esperanza... ¿a la poesía de quién se refiere? Imaginemos que un chiflado con crisis existencial –en estado de penuria pues–, buscando aquella “esperanza” se tope con la poesía de Araceli Mancilla en Los instantes de la llama, uno de los próximos libros a imprimirse. Vergüenza ajena ¿qué aliento podría insuflarnos una seudo escritura? Si el caso es buscar en verdad una esperanza dirijámonos entonces no a un libro de poesía como tal sino a una lectura capital como la Biblia. ¿Pudiera un escritorcito por demoníaco, epicúreo, gnóstico, cínico o lo que fuera, contradecir con argumentos no viscerales tal expectativa?

*”Sper-mo-lo-gos; término griego que aplica a un ave recolectora de semillas, pero, según una fuente, “la palabra también transmite la idea de alguien que recoge porciones sobrantes de conocimiento y las repite sin ningún orden o método”. No es el caso propiamente de Pech, bueno, por lo menos no en el último punto.

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