Tuesday, December 13, 2005

Ludópata de paisajes imposibles

F u l g e n c i o L a z o
Ludópata
de paisajes imposibles

Edgar Saavedra

para Marcelo Kroch
Simbiosis y reiteraciones para el escape es el primer concepto que se me ocurre ante el trabajo de Fulgencio Lazo. Sucede que la pintura actual oaxaqueña desemboca en una diáspora por fortuna irreversible. Insistencia y resistencia es entonces la otra cara de la moneda. El individuo es muchos individuos y cada uno se urdimbra en el caudal imaginario. Y este se arrostra o se potencializa en el creador. Si el misterio del arte es la interlocución a través de la cual el artista hace aportaciones de valores estéticos –y por ende, espirituales—para una o siete generaciones, es posible dilucidar una deducción genérica: el arte no ha contribuido para la supervivencia del más apto pero sin él seriamos un caracol sin animálculo.

Oaxaca, contrario al mal ávido cliché que insiste en inflar el sapo de la magia colorinche y mercantil, es un lugar donde se está generando un importante movimiento artístico que sobresale de manera ambivalente en la plástica. Como en un rompecabezas imposible existen en éste piezas extraviadas para siempre y grupos en conciliábulo con el ogro protoplasmático. Sociedades, facciones e individuos en el mercado más invisible y subjetivo. Los autores independientes –en el más amplio sentido de la expresión– son apenas una veintena entre la fauna pululosa; la crítica es tibia e incolora; las instituciones están sumergidas en un remolino de estupidez criolla y miopía sin prejuicios. Es extraño que en este caldo de cultivo no halla surgido un Banksy que ataque las fibras más sensibles de este jardín donde pasta Herodes con sus brujas.

Algunos pintores contradicen los vientos del nigromante y hallan el regocijo en la exploración misma de la creación argumental bajo cualquier geografía. Esta es una segunda percepción que genera la obra actual de Lazo. La simbiosis, o mejor, la simbionte... producto y placer que se bifurca y que de un golpe poderoso, sutil, vuelve a encontrar su génesis. Un pedazo de tierra que habla, parpadea, se transforma en rito y gestualidad. De Seattle a la Sierra Zapoteca hay un puente sin exilio ni soledad oscura: es la parafernalia oaxaqueña: máscara en intrincada cofradía: color nuclear que asiste una explosión y manda a los muertos por un litro de mezcal y pólvora. Las margaritas son hélices que dispersan el sueño. Los faroles que no lo son tampoco alumbran e insisten que se quedan. Un día va a suceder que Fulgencio se levante y sus máscaras hayan sido dispersadas por otra golosina intelectual; en brizna fundamental, vi-da-tri-bal contra el embudo de la neurosis posmoderna y “los fetiches del racionalismo”. ¡Préstame tus ojos y tu cuerpo, muéveme “con ese entusiasmo visual, ese deleite incalculable de revolcar la retina sobre paisajes no vistos aun”!...

En uno de los testimonios más congruentes sobre la profundidad del carácter mexicano Carlos Fuentes dice que “el gran desafío del mundo indígena consiste en obligarnos a dudar sobre la perfección, la perennidad y la inteligencia de ese progreso que, como dijo Pascal, siempre termina por devorar cuanto crea”. Todo mexicano fuera de su territorio es un verdadero cónsul honorario, no a la manera inocua o suspicaz del sistema de cosas político, sino como representante de cosmogonías. Así Fulgencio navega alrededor de las peripecias del ajo, el pan y lo instantáneo. Mitologías xenofóbicas versus mitologemas matriarcales. Contra la ciudad inverosímil y sombría un color capaz de despertarnos la perspicacia y el humor, un papalote que-llama-los-rayos. Agua quemada, paraguas y barquitos sin Virgilio. Sube nagual, sube Xochipilli, incorpórate, transfigúrate en el cuadro, atiza la enjundia, gira en la calesa, calesita. Los dioses de la memoria juegan a embadurnarse en la hora buena: tiro lo tiro tiro liro liro...

Todo pintor –porque este es el caso– sufre la temible interrogante de El Espectador: ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez tomando el pulso a la vida y no hallándolo? ¿Quién no ha sentido en ocasiones vacío el orbe de justificación? Y mejor que una razón es la sugestión de las respuestas. Cada uno va padeciendo el caprichoso flujo de la felicidad
–¿acaso no el fin último de la creación?– según el grado de sus realizaciones. Algunos logran la plusvalía pero en la carencia creativa adjuntan la consulta psicoanalítica. Puro cascarón. La insistencia y la reiteración de elementos folclóricos en Lazo sugieren una adhesión sin espasmos a su remanente telúrico. Contra el abismo de la nada un vértice de ficciones. El corazón en un puño y luego explosión pirotécnica en el lienzo que debe sorprender a los babilónicos anglosajones. El ocre, ¿por qué el ocre con tanta insistencia? Se pregunta uno de ellos. El cuadro le responde: el ocre para la ocredad. Y entonces se revuelcan en la intriga y la ñañara. ¿Y tus colores son los colores de tu pueblo? Pregunta una aficionada al gonzo. Entonces tú respondes con una cita académica: “Los ojos permiten que nos veamos a todo color, aunque la visión en color no es esencial para la vida”.

“El arte es un vehículo cognitivo –dice Miguel Ángel Muñoz en El espacio invisible– desde donde se establecen vínculos comprensibles para la interpretación de un mundo oculto a la razón cotidiana, y que solo en la arquitectura soterrada de los sentimientos latentes halla expresión y sentido”. Leo y veo; estoy en la sala observando la exposición última de Fulgencio: sólo la contradicción es una certeza, no hay fondo sólido donde hincar el ancla. El asombro no pide una razón aunque ésta merodee. Es como un largo sueño invernal dónde el difunto ya no se pregunta qué es lo que es ni qué hora es en la historia del mundo. Nuestra hora no coincide nunca con la hora de los otros. La retórica interpelada desde la obra de Lazo es el naipe extraviado en la neblina serrana. Ambigüedad del caótico arcoiris.

Epílogo
En el ensayo Caligrafía de la memoria sobre la obra de Lazo se apuntaba el logro técnico del pintor mexicano. Esta observación consiste básicamente en la aplicación del color sobre el lienzo para luego figurar los motivos que integran la composición, como quien dibuja con una quilla su rúbrica en el agua sólo que ésta permanece sumergida en el color. La abstracción como fuente y resultado es festejo técnico y posibilidad de regeneración. Sea para adquirirlo o bien para una observación pasajera el trabajo de Fulgencio es un intersticio en el gozo esporádico que promueve el arte en cuanto a sentido y justificación.
Más allá del río hay alguien que pinta para todos “a condición que todos sean unos cuantos”. (©al día)

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