Tuesday, December 13, 2005

Las manías del ditirambo

Eddie Martínez
Las manías del ditirambo

Edgar Saavedra

Para Folé
I
Para los críticos aficionados a las transpolaciones mitológicas, Eddy Martínez nunca habría bajado de la barcarola de Dante, a pesar de la marejada que los demonios provocan en la calesa posmoderna. Ahora que los infiernos son opcionales hay que preguntarse: ¿puede el caudal imaginario de los pueblos reconvertirse en expresiones subjetivas donde las analogías determinen el pretexto del autor para elaborarse un estilo? ¿Que tienen que ver las divagaciones artísticas con la patria del creador? Si hacemos un recuento visual de la pintura actual oaxaqueña se encontraría que muchos de los pintores, en efecto, utilizan el remanente místico de los “ancestros” para elaborar sus obras.
Pero... ¡oh! ¡sorpresa! esto se vende bien, no importa que en la sala de los coleccionistas cuelguen sapos amórficos que eyaculan frijoles (Toledo); seudo personajes circenses en fondo azul y superficie pastosa que logran una perfecta indigestión visual (Sergio Hernández); criaturas inverosímiles con la risita del idiota --paralelo de otro fetiche de gran éxito, a saber, el payaso llorón— (Rolando Rojas, Guillermo Pacheco, Ixrael Montes, etc.) La vendimia folclórica es hoy una muralla verde (“In god we trust” dice el graffiti de su nómina) que ni los trompeteros de Jericó podrán derrumbar. En el camino –es decir, en el contexto temporal– se ha sufrido de una metamorfosis que en muchos casos favorece la trayectoria individual, pero en otros se erige la impostura que empaña la noción en el contexto crítico, si acaso hay alguno. Los dos resultados son fomentados por el llamado mercado del arte donde institución pública y galería privada son uno y lo mismo en cuanto a inflar héroes instantáneos del arte y enriquecer lo que un personaje de la novela Paradiso llamó la imagen de concepto, y el bolsillo de la cofradía, desde luego.
El mismo binomio se puede definir técnicamente así: indagaciones introspectivas y plusvalía. Uno es un recuento sustentador que permite otorgar sentido y significado a la obra –pulso argumental de la dimensión estética–, y lo otro son valores y divisas. Ambos son necesarios para comercio y consumo del arte. Se vive y se crea con justificación. Una falacia.

II
En el campo artístico siempre ha prevalecido una larga vena de misticismo intelectual, esa misma que transporta la obsesión del verbo y la perorata. Sucede pues, que alguna galería contrata a un literato o crítico para escribir el texto de catálogo de cierto pintor, quizás emergente. Si el artista es de provincia inmediatamente se caerá en el vicio de atribuirle cosmogonías, geografías mágicas, virtudes de “una rana de oro que lanza bocanadas de rocío”. Hay un regocijo de grey cuando el dador de elogios arroja el gajo de bellotas a la piara de cerdos (galerista, pintor, museos y encargados de ellos (en Oaxaca está de moda), público, adquisidor, periodistas, etcétera.) Este festín podría titularse “La glotonería de los inmundos” y podría pintarlo algún maestro borrachón de la plazoleta del arte.
Los profesionales de la lisonja simulan entender el tedio vital de los verdaderos creadores. Así pues, punto de partida: nada. A Eddie Martínez hay que conocerlo (bajo la advertencia del patriarca chileno: conocer no es entender) no hurgando en los mercados del istmo tan olorosos a pescado putrefacto, ni en el crucigrama hedonista de las cantinas que proveen, no obstante, algunos referentes iconográficos a su obra; no en la cornucopia que atiza de colores voluminosos el diablillo hemorroidal y simplón que tiene rostro de hombre a veces y otras doble cabeza de arpía (adivina adivinador).
Como bien apunta Jaime Moreno Villarreal en el ensayo El trato con el enigma sobre la exposición de Martínez en 2005 en la galería Punto y línea (titulada Recuento de fisuras): “El trato con el enigma es muy íntimo[...]según cada historia personal”. Este puede ser un eje de entendimiento o negación. Si ambos, mejor. El autor nuestro no es un prototipo insigne de las genealogías istmeñas, más bien, es un campesino urbanita entregado al oficio. Agua de la memoria corre en sus óleos, es verdad. También un gesto de ingenuidad y sorpresa ante lo que parece una instalación: una vidriera de objetos sensuales, extraños e inútiles pero vehículo analógico entre la provincia y la ciudad cosmopolita (me refiero a la obra Vidriera en San Francisco). Para el artista, ¿el objeto contemporáneo es un pretexto metafórico que determina los nuevos lenguajes subversivos o un símbolo llano de la decadencia? ¿Las cosas, los artículos, el cúmulo de ellos se trasforma bajo el arbitrio del artista en abstracción y conglomeración de lecturas y significados? ¿Tiene todo esto algún sentido con el devenir histórico del mundo? Si Leonardo quedó apabullado por un garbanzo y Velásquez con un loco apodado El calabaza, ¿cómo contribuyeron tales manías domesticadas (manía: “locura parcial en la que obsede la imaginación una idea fija”) a la “trascendencia del arte”? ¿Necesitan tales por igual las manías de la retórica y su hojarasca decorativa para el juego del ditirambo? Entonces Eddie Martínez debe estar más allá de los discursos tautológicos de la fábrica moderna de ensayos e idolatrías.
Ubicado en la más ambigua corriente del tiempo –tercer milenio, cambalache– no por decisión sino por circunstancia, el pintor sabe que los simples hombres seguimos “atados a realidades visibles”, a los signos de pertenencia, a la militia y los corrillos, y nos ofrece el elemento sustraído del mundo para vaciarlo a otro mundo como un cántaro de sueños sucesivos. La tela es el soporte de lo sobrenatural, y ¿qué es esto? Respuesta: “La penetración de la imagen en la naturaleza engendra la sobrenaturaleza”, porqué “como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza”. Ejemplos: Jaguar que mama leche lunar para convertirse en hombre; puñales en vilo, alfil en el acto de caer, maguey de la ambrosia, magueyes, cangrejos carmesí... la imagen colocada en el sitio de la naturaleza, “y frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida”.
Paradoja absoluta: ningún cuadro de Martínez se aposenta sobre la tierra, sobrevuelan todos los argumentos en un vórtice al despertar metálico del gallo. Se disponen como en los vértigos espontáneos de un mortal desmayo. Madre de todas las contradicciones.

III
¿A qué huele la noche donde los olores todos son pardos? Los cuadros de Eddy dejan un bouquet de almizcle sexual, huelen a nectarinas, ¿en algunos se ha atrevido a mezclar óleo con mezcal?. Muele marfil con barajas usadas, vidrio molido para una sopa de caballo metafísico. La redondez de unas tetas [obra gráfica/ sin título, 2003] nos invitan a exprimirles una taza de chocolate. Luego el piafar estático de Pegaso como una provocación para consultar a la hechicera. Todo gira como un doble reloj, es un trance a la manera del amok de los malayos, un acceso de locura furiosa, solo que en vahído controlado. [Anuncio: “Se le regalará un cuadro al que logre pescar del gaznate a un gallo onírico y burlón. Favor de comunicarse con el autor] ¿Qué sucede a las 2:32 a.m. en Reposo en la canícula? El cerdo está dividido y los cubiertos a la mesa. La semilla de frijol rojo como rasgo constante es un perplejo que profetiza la.... y el gato-jaguar está orinando un torrente de agua que beberás como una ofrenda amarga, vivificadora; es beber sangre invisible, sentir que el viento dice en el silbido “¿por qué habré venido esta noche?”. Hace frío aquí, el murmullo del agua golpeando la barca y el rezo de Virgilio: huían las tinieblas por doquiera y con ellas mi sueño. Levanteme y a mis maestros vi ya levantados.
Continuará... por decirlo así.
©mujeres


Si Felipe Morales volviera del medioevo y le pidieran fabricar algún instrumentos de pena capital de los usados en la inquisición optaría por hacer los “Collares para vagos y para renitentes a misas”, o el “Cinturón de San Telmo”; en cambio Eddie podría realizar una serie de “El violón de las comadres” con la variedad que su manufactura favorecería menos el abuso físico por una saturación sugestiva de símbolos.

El amok de los malayos: accesos de locura furiosa

El realismo mágico de los oaxaqueños es su mentira poética

1 comment:

Edgar Saavedra B said...

Eres un genio. Sólo eso nos faltaba que además le quites la correa a tu alter ego